domingo, 18 de julio de 2010

Historia de una bailarina (lll) 1º parte

Parecía que el corazón iba a salírseme del pecho. Allí estaba yo, delante del mismo teatro en el que días antes había actuado ella. Ella. La chica que bailaba con la ligereza con la que un cisne se acicala las plumas. La chica que había murmurado un sencillo “¡Vaya! He perdido mis zapatos” al acabar la función. Y la misma en la que no podía dejar de pensar desde entonces.

Aún no podía creer lo fácil que había sido todo. Encontrar sus zapatos al borde del escenario fue un increíble golpe de suerte. Pero que su sirvienta no solo me dejara quedármelos, sino que además me dijera dónde podía encontrarlas al día siguiente, me parecía un milagro.

Me llevó toda la noche decidirme por qué escribir en la nota que metería en sus zapatos. Tras descartar varias como “Me gustas”, “Me gustaría conocerte” o “¿Quieres salir conmigo?”, me decanté por: “Te espero mañana al pie del escenario tras el ensayo”. Cortesía también de su sirvienta decirme la hora del ensayo.

Y allí estaba yo, delante del teatro y esperando que se abrieran las puertas. La impaciencia me reconcomía desde el día en que la había encontrado en aquella tienda, agachada frente a un frigorífico. No podía olvidar la tímida mirada que me dirigió y que me llevó a darle aquel beso en la frente…

Los portalones de la entrada se abrieron con un estrepitoso ruido que me sacó de mis pensamientos. La sirvienta de Abbie apareció entre ellas.

-Vamos, pasa- me llamó con la mano-. El ensayo está a punto de empezar.

Entré tras ella, con el corazón palpitándome en la garganta. Me guió a través de los pasillos del teatro hasta la enorme sala en la que dos días antes había disfrutado del baile de aquella chica.

-Eehm – carraspeé para deshacer el nudo que tenía en la garganta-. Disculpa… ehm…

-Sonia- me ayudó con una encantadora sonrisa.

-Sonia-repetí- Quería preguntarte… ¿Por qué…?

-¿Por qué te estoy ayudando en todo esto? – me cortó, con una expresión pensativa-. Lo cierto… es que no estoy segura. Vi algo en ti que me decía que debía hacerlo. Además – me miró con una expresión algo pícara- desde que te vio Abbie parece más alegre.

Aquello fue música para mis oídos. Tuve que esforzarme para que no se me escapara una sonrisilla estúpida.

-Sin embargo- continuó con un tono más severo- más te vale que sepas lo que haces.

-Yo…- balbuceé, perplejo ante aquel amago de amenaza. Pero no iba a dejarme asustar. Lo sabía perfectamente-… lo estoy. Yo la…

-¡Shhh!- me silenció llevándose el índice a los labios y guiñándome un ojo-. Está a punto de empezar.

Y allí estaba ella. Sobre el escenario, rodeada de sus compañeras, con un vestido más sencillo que el día de la actuación pero igual de bella que aquel día.

Me senté en las filas del fondo. Sonia se despidió de mí con un guiño y silabeando la palabra “suerte”. Acto seguido, se dirigió al escenario y desapareció entre los pliegues del telón recogido.

Esperé a que acabara el ensayo. Cuando casi hacía una hora desde que había llegado, me levanté y caminé hasta la base del escenario, en el mismo lugar donde había encontrado sus zapatos. El corazón me latía de forma frenética.

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